farmworkers health
Extreme heat pushes more farmworkers to harvest at night, creating new risks
Working in the dark may help agricultural workers keep cool, but safety advocates worry the trend could also be causing more accidents and compromising worker health.
Op-ed: Farmworkers’ vicious cycle of precarious employment, exploitation and climate change
“We cannot be complacent with the exploitation of these vulnerable workers.”
She was sold to a man when she was 15 years old, had a baby and eventually was rescued. She was Guadalupe Martinez Rios, my grandmother.
After her ordeal, she had four more children with my grandfather and worked in a factory and as a servant for a French family in Mexico City. She died from leukemia. The life of my mother, like her mother before her, was harsh. For breakfast, it was café negro (black coffee) and, if she was lucky, a piece of bread. My mother escaped poverty thanks to her love for education – she became a teacher and years later, one of the few trauma-orthopedic female surgeons in Mexico City. Known as la doctora Rios, my mom’s education did not protect her from the chronic stress of working in a dominant male environment, where women were devalued. She died from septic shock in a hospital in Mexico City a week after my son was born. Amidst the sorrow of losing her, my son brought hope and strength back into my life so that in 2018, I defended my dissertation on the mental health of labor trafficking survivors.
This essay is also available in Spanish
Shortly after my defense, I read investigations conducted by the U.S. Department of Labor against 35 agricultural employers in five Michigan counties for violating migrant housing and child labor laws. The Department of Labor found that children under the age of 12, including one 6-year-old, were picking blueberries in the fields. Their stories resonated with me perhaps in part because they shared elements of my mom’s and grandmother’s harsh – and sometimes exploitative – working conditions.
As seen in my grandmother and mother, people’s gender, ethnic, racial and economic positions intertwine with precarious employment and exploitative working conditions. Precarious jobs often feed from the social vulnerability of the workers, potentially leading to exploitative working conditions – with labor trafficking as the most extreme form. This dangerous mix is harmful to people’s health, demotes human rights and impacts all of us.
If you add climate change’s effects on agricultural production – for example, extreme temperature and precipitation can destroy crops – you’ll find agricultural workers already working in precarious conditions even more vulnerable: not only they are exposed to even hotter temperatures, but they are pressured to work faster to account for production losses. As expressed by a female farmworker that I interviewed in southwest Michigan, “there are many hours of bending [when working picking cucumbers]. Many of us have pain in the waist and legs. Sometimes the heat is intolerant. [I got] headaches when the heat is strong and we are there, working hard.”
However, as a society we can change this by demanding enforcement of fair and safe working conditions for farmworkers. Integrating the enforcement of worker’s rights and protections with climate change in mind will further social and environmental justice for all.
Empleos precarizados, explotación y cambio climático: un pez que se muerde la cola para los trabajadores agrícolas
“No podemos ser cómplices de la explotación de estos trabajadores vulnerables”
Fue vendida a un hombre cuando tenía 15 años, tuvo un bebé y eventualmente fue rescatada.
Era Guadalupe Martinez Rios, mi abuela. Después de su calvario, tuvo cuatro hijos más con mi abuelo y trabajó en una fábrica y como sirviente para una familia francesa en la Ciudad de México. Murió de leucemia. La vida de mi mamá, como su madre antes que ella, fue dura. De desayuno, un café negro y, si tenía suerte, un pedazo de pan. Mi mamá escapó de la pobreza gracias a su amor por la educación – fue profesora y años más tarde, una de las pocas cirujanas ortopédicas traumatológas de la Ciudad de México. Conocida como la doctora Rios, los títulos educativos de mi mamá no la protegieron contra el estrés crónico que implicaba trabajar en un ambiente dominado por hombres, en el que las mujeres eran subvaloradas. Murió de un shock séptico en la Ciudad de México un mes después del nacimiento de mi hijo. En medio de la tristeza por su partida, mi hijo trajo de vuelta la esperanza y la fuerza a mi vida para que en 2018 pudiera defender mi tesis sobre la salud mental de los sobrevivientes de la trata laboral de personas.
Este ensayo también está disponible en inglés
Poco después de la defensa de mi tesis, leí investigaciones realizadas por el Departamento del Trabajo de los Estados Unidos contra 35 empleadores agrícolas en cinco condados de Michigan por violar las leyes de vivienda para migrantes y trabajo infantil. El Departamento de Trabajo encontró que niños menores de 12 años, incluyendo un pequeño de seis años, estaban cosechando arándanos en los campos. Sus historias resonaron en mí, tal vez en parte porque compartían elementos de las duras – y a veces explotadoras – condiciones laborales que soportaron mi abuela y mi mamá.
Como se puede observar en las historias de ambas, las condiciones de género, etnia, raza y nivel económico se entrelazan con las codiciones laborales precarias y de explotación. Los trabajos precarizados suelen alimentarse de la vulnerabilidad social de las y los trabajadores, lo que puede desembocar en condiciones de explotación laboral, siendo la trata de personas su forma más extrema. Esta peligrosa mezcla es perjudicial para la salud de las personas, degrada los derechos humanos y nos afecta a todos.
Si además se tienen en cuenta los efectos del cambio climático sobre la producción agrícola (por ejemplo, las temperaturas y lluvias extremas pueden destruir cultivos), se encontrará que las y los trabajadores agrícolas que ya están en condiciones de trabajo precarias son aún más vulnerables: no solo están expuestos a temperaturas cada vez más altas, sino que son presionados para que trabajen cada vez más rápido para compensar las pérdidas de producción. Como lo expresó una campesina que entrevisté en el sureste de Michigan, “Pasamos muchas horas agachados [cuando trabajamos recogiendo pepinos]. A muchos nos duele la cintura y las piernas. A veces el calor es intolerable. [Tengo] dolores de cabeza cuando el calor es fuerte y estamos allí, trabajando duro”.
Sin embargo, como sociedad podemos cambiar esta situación si demandamos condiciones de trabajo justas y seguras para las y los trabajadores agrícolas. Integrar el cumplimiento de las leyes de los derechos y protecciones de las y los trabajadores teniendo en cuenta el cambio climático fomentará la justicia social y medioambiental para todos.